lunes, 1 de diciembre de 2008

Un negocio piramidal de dimensiones descomunales

Se pregunta Paul Krugman, el reciente nobel de economía, ¿Por qué no lo vimos venir?, ¿Por que la gente creía que Alan Greenspan tenía un poder mágico?, ¿por qué no regularon?
¿por qué desecharon tantos observadores los signos inequívocos de la burbuja inmobiliaria, a pesar de que aún estaba reciente en nuestra memoria la burbuja de las puntocom de la década de los noventa?

¿Por qué insistía tanta gente en que nuestro sistema financiero era "fuerte", como dijo Alan Greenspan, cuando en 1998 el colapso de un único fondo de cobertura (Long-Term Capital Management) paralizó temporalmente los mercados de crédito de todo el mundo?
¿Por qué prácticamente todo el mundo creía en la omnipotencia de la Reserva Federal cuando su homólogo, el Banco de Japón, se pasó una década tratando en vano de reactivar una economía atascada?
Mientras la burbuja inmobiliaria seguía hinchándose, los prestamistas estaban ganando muchísimo dinero concediendo hipotecas a cualquiera que entrara por la puerta; los bancos de inversión estaban ganando aún más dinero reconvirtiendo esas hipotecas en nuevos y relucientes valores; y los gestores de capital que se apuntaban enormes ganancias sin realizar al comprar esos valores con fondos prestados parecían verdaderos genios y se les pagaba como corresponde. Pero, ¿quién tenía ganas de escuchar a unos economistas patéticos advirtiendo que todo aquello era, en realidad, un negocio piramidal de dimensiones descomunales?

Este testimonio es esclarecedor. Michael Lewis se hizo famoso en 1989 con un libro titulado Liar's poker (Póquer de mentirosos). Ahí contaba su historia personal: un joven de 24 años de edad, sin experiencia ni interés particular en esos asuntos, que entra a trabajar en Salomon Brothers en 1985 y que se marcha tres años después mucho más rico de lo que entró.
Nunca comprendí bien por qué un banco de inversiones me pagaba a mí cientos de miles de dólares para calcular qué bonos y acciones iban a subir o a bajar. Pensaba que algún día alguien se daría cuenta y echaría del mundo de las finanzas a jóvenes como él que estaban apostando con el dinero de los demás. Pero resultó que sus jefes hacían lo mismo a lo grande y que cobraban por ello, no cientos de miles de dólares, sino millones.

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